Centro de fisioterapia ACHE, Las Palmas de Gran Canaria

Ubicación
C. Harald Flick, 6, local 2
35019 Las Palmas de Gran Canaria

Año de terminación
2024
Superficie construida
162,18 m²

Arquitecto
Jorge Rubio Barrena (estudio barrrena)
Arquitecta
María Lozano Lordán
Ingeniero industrial
Vicente Corbatón Robles
Fotografo
peritas. (@peritas.foto)
Promotor
Atlántica Fisioterapia SL
Constructor
Reformas y Servicios IQUA SL

Memoria

Ubicada en la planta baja del edificio Inakasa —un conjunto residencial premiado por su calidad arquitectónica y su tratamiento innovador de la tipología colectiva—, el centro de fisioterapia ACHE se plantea como una intervención que no busca disociarse del lenguaje del edificio original, sino continuar y reinterpretar sus principios desde la escala del cuidado.

El edificio se define por una serie de grandes huecos que reinterpretan la casa-patio, trasladando esa lógica de vacío habitable desde la planta hasta la vertical. Estos patios-terraza no son simplemente balcones: son espacios intermedios que combinan exterior e interior, luz y sombra, lo privado y lo colectivo. Esa estrategia arquitectónica —que convierte la fachada en lugar habitable— sirve como inspiración directa para el proyecto interior de la clínica.

En ese sentido, el punto de partida no fue la neutralidad espacial, sino la lectura consciente de la preexistencia. El local se abre al exterior a través de seis grandes huecos de fachada, parte esencial y protegida del lenguaje arquitectónico del edificio original. Lejos de adaptarnos a ellos como limitaciones, decidimos hacerlos protagonistas del proyecto, reinterpretándolos también como patios. Patios no en sentido literal, sino como vacíos significativos, como zonas de transición que articulan la relación entre el interior del centro y el exterior urbano.

Desde ahí, el proyecto se estructura alrededor de estos espacios intermedios, que funcionan como filtros de luz, umbrales de privacidad, mecanismos de organización y generadores de atmósfera. Permiten que una única apertura ilumine varias estancias, pero sobre todo introducen una escala intermedia entre las consultas y la calle. Así, cada sala no se vuelca directamente al exterior, sino que se apoya en un pequeño muelle protegido, vegetado y tamizado por textiles, que modula la iluminación, la visibilidad y la relación con el entorno.

Este gesto —repetido en diferentes puntos del local— articula el funcionamiento completo del centro, resolviendo un programa clínico —que exige privacidad, claridad funcional y cierto grado de control— con una arquitectura que se apoya en la apertura, la luz y una cierta ambigüedad espacial.

A través del tratamiento de los patios como lugares de escala humana —con vegetación, proporciones contenidas, luz tamizada y materiales cálidos— se genera un ambiente acogedor que conecta con experiencias previas del ámbito doméstico. Cada paciente accede no a un pasillo ni a una sala genérica, sino a un espacio recogido y abierto a la vez, donde la atmósfera acompaña y predispone.

Este componente emocional fue una preocupación presente desde el inicio. La arquitectura debía contribuir a ese efecto halo positivo que mejora la disposición y el estado de ánimo de quien accede al centro.

En cuanto al lenguaje material, el proyecto se resuelve con una economía de medios deliberada, que no busca ocultar sino mostrar con claridad. Instalaciones vistas, metacrilato, pavimento continuo de hormigón y bloques pintados en blanco configuran una estética austera y directa. Esa sobriedad, sin embargo, se equilibra mediante una paleta cromática y táctil que aporta calidez sin excesos: un tono crema en las paredes que amplifica la luz natural, un azul ultramar en el techo que envuelve y estructura visualmente el espacio, y elementos vegetales y de madera que completan la composición.

La terraza posterior, que amplía el área de ejercicios, prolonga esta misma lógica de integración. Vinculada visualmente al patio comunitario del edificio, se trata como una continuación coherente del conjunto: se han reproducido fielmente los maceteros originales, generando un gesto de mímesis respetuosa con la arquitectura existente.

Todo el proyecto busca mantener ese equilibrio entre apertura y recogimiento, entre expresividad y control, entre programa sanitario y referencia doméstica. La arquitectura no se limita a albergar funciones: organiza, filtra, protege y transforma la experiencia del usuario.

En resumen, el centro ACHE es un proyecto que, sin grandes gestos formales ni materiales sofisticados, trabaja desde la lógica del lugar, desde la continuidad con una arquitectura ya existente y desde la conciencia de que el espacio también cuida. Los patios —eje conceptual y físico del edificio original— se transforman aquí en la clave que da sentido a todo: organizan el programa, resuelven la distribución, filtran la luz, protegen la intimidad y configuran una atmósfera que mejora la relación entre el paciente y el entorno, mediante un gesto contenido y riguroso que define la identidad del proyecto

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