35480 Agaete
Memoria
EL TURMÁN: 43 viviendas en Agaete
Este conjunto de 43 viviendas, ubicado en la zona alta de Agaete, en El Turmán, se implanta sobre una topografía singular que ofrece vistas infinitas al suroeste que se extienden sobre el mar y el propio Valle del Municipio.
Desde el origen, el proyecto asume una actitud atenta y abierta hacia el lugar, reconociendo la potencia de su relieve, su clima y la intensidad del paisaje.
La ordenación general se resuelve mediante volúmenes blancos yuxtapuestos que contrastan con el perfil montañoso del fondo. La disposición en dos líneas de edificación no paralelas, adaptada a la pendiente, favorece la ventilación cruzada y genera vistas diagonales, así todas las viviendas disfrutan de vistas abiertas; además cada una cuenta con jardín privativo y terraza, intensificando, de esta manera, la relación entre el interior doméstico y el paisaje.
El conjunto, fragmentado y permeable, se deja atravesar por la naturaleza: el viento, la luz, la vegetación y la mirada fluyen entre las piezas.
La arquitectura se formaliza desde la dualidad, articulando dos fachadas que responden de forma diferenciada a las condiciones del lugar. La fachada sur se abre completamente al paisaje: al jardín, a las montañas, al mar y al propio horizonte donde cada tarde se dibujan impresionantes puestas de sol. En contraste, la fachada norte se cierra con decisión frente al ruido, al alisio dominante y al entorno urbano inmediato, buscando el recogimiento y la privacidad.
La fachada sur se protege del sol mediante una doble piel: una membrana de lamas fijas y móviles que permite un control solar preciso y, un segundo plano retranqueado con grandes ventanales. Entre ambos, un espacio cubierto genera sombra en umbrales habitables que permiten extender las viviendas hacia el paisaje, reforzando la relación interior-exterior sin renunciar a la protección ni a la privacidad.
Por oposición, la fachada trasera se configura como un telón hermético, compuesto por planos blancos, rotundos y limpios, que apenas se fracturan en pequeñas aberturas estratégicas. Esta condición responde a su exposición a los vientos del noreste y al ruido de la zona residencial posterior, actuando como barrera térmica, acústica y visual. Los patios, hacia los que ventilan los dormitorios, se alinean con esta fachada, permitiendo ventilación cruzada y entrada de luz sin comprometer la privacidad, gracias a una celosía contundente elaborada con la misma materialidad lineal que la membrana de la fachada sur. Esta operación proyectual preserva una imagen abstracta y continua, solo interrumpida por huecos precisos que modulan el alzado y generan conexiones puntuales hacia los pasillos que se comunican con el eje central. Así, esta cara del edificio no solo protege, sino que regula la relación entre interior y exterior, reforzando la idea de un volumen deliberadamente cerrado hacia el ruido y las miradas externas, y abierto únicamente hacia el paisaje.
El acceso al conjunto se produce por su cara más cerrada, atravesando un volumen hermético que actúa como telón, insinuando apenas lo que se esconde al otro lado. Un paso cubierto conduce al visitante a través de esta masa blanca y rítmica, generando una compresión espacial que potencia el impacto posterior al emerger el paisaje.
El recorrido enmarca escenas: una primera visión lejana del macizo de Tamadaba, ángulos que convergen, una bajada encajada en una escalera atrincherada y, finalmente, la apertura total hacia la piscina y el horizonte atlántico. El conjunto se convierte así en un paseo arquitectónico que contrapone sombra y luz, masa y vacío, interior y horizonte, en una secuencia espacial cargada de intención.
El eje central del conjunto no solo organiza la circulación funcional —accesos, pasarelas y zonas comunes—, sino que estructura la secuencia espacial completa del proyecto. Desde el primer paso tras el umbral hasta la apertura final hacia el horizonte, este eje guía, comprime, libera y revela progresivamente el paisaje, convirtiéndose en columna vertebral tanto física como narrativa del recorrido. Esta línea de circulación se fragmenta con perspectivas cruzadas y giros sutiles, resultado de la disposición de los volúmenes en la parcela.
Entre los dos cuerpos edificados que se ubican paralelos se configura un espacio intermedio que actúa como filtro arquitectónico y climático. La cara trasera del volumen que da cara al barranco se resuelve con la misma lógica que el testero posterior del conjunto: cerrada, opaca, casi abstracta. Este tratamiento evita cualquier enfrentamiento visual directo, garantiza la privacidad entre ambos bloques y contribuye a minimizar tanto las vistas cruzadas como la transmisión sonora.
Aunque el conjunto se compone de tres bloques, su adaptación precisa a la topografía y la organización mediante un eje continuo permiten resolver todas las comunicaciones verticales con solo dos núcleos de ascensor. Estos se integran como volúmenes adosados a la fachada trasera, ubicados estratégicamente en el intersticio entre edificaciones. Desde su recorrido, tanto al salir del ascensor como al subir por la escalera, se abren vistas lejanas hacia las montañas y al centro histórico de Agaete.
En un territorio que ya es en sí mismo extraordinario —por su topografía, su clima y la intensidad del paisaje—, el proyecto adopta una actitud respetuosa, generosa y contenida. Cada decisión —desde la disposición fragmentada de los volúmenes hasta la permeabilidad entre ellos— responde a las condiciones climáticas, a las vistas abiertas y a la topografía, permitiendo que la naturaleza no solo la rodee, sino que la atraviese.
En este gesto de entrega al lugar, la lámina de agua se convierte en punto de fusión con el mar y el horizonte, desde donde las puestas de sol atlánticas completan una experiencia de conexión serena entre arquitectura y paisaje.
Ubicación: